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A ti, padre

Hosca, nublada se declara la tarde...
Y pienso en ti, padre,
en cuánto aborrecías los días
exentos de claridad.
"En cierto modo –decías–
la ausencia de luz vaticina
desdichas en el hogar."
Densa, compacta –enigmática–
la neblina difumina
los undosos contornos del paisaje,
contornos que lo definen
mayestático, paradisíaco...
Y pienso en ti, padre,











en cuánto adorabas esta tierra,
que te vio y me vio nacer:
esta Asturias nuestra.
La saudade asalta el baluarte
en que se cobija el alma,
la garra de la tristeza
me atenaza la garganta,
y pienso en ti, padre:
Gentil, jocoso, esplendente,
desprendido, sibarita, galante,
amante de los placeres,
ferviente admirador de la vida,
enamorado de las bellas artes;
en suma, antídoto para las cuitas.

La noche cae sobre la ciudad...
Arriba, en el paritorio celeste,
las nubes rompen aguas,
la lluvia empantana las aceras...
Y pienso en ti, padre.

© María José Rubiera Álvarez

Silencios

Los aires de suficiencia,
el ademán altanero,
aquel no tomar conciencia
de lo que pudo haber sido... y no fue;
en paradero desconocido
el mutuo  respeto.
Todo sin variación alguna... idéntico:
el local, las butacas, la mesa
en que ante sendas tazas de café
diálogos y silencios mantuvieron.
                                                                      Silencios:
de inhibición desprovistos
al travestirse de negro
el majestuoso ajimez
del augusto firmamento.
                                                                 Silencios
despojados del  taciturno velo,
independizados de la mudez
que resta expresión a los cuerpos
–quizá el amor sea sólo eso:
silencios... de sonidos recubiertos–.

¿Se había parado el tiempo...?
¡No!
En la dársena del pasado
anclados estaban ellos,
sin nunca haber aprobado
la asignatura pendiente,
sin haber superado la prueba
que demandaba el presente.

Fuera... en el exterior,
el hálito de la brisa
que lo pernicioso estraga,
de la cúpula el resplandor
que precede al rubor del alba,
de la insomne soberana el albedo,
refractándose en el alma.

De mi poemario "Bardo", junio de 2015

© María José Rubiera Álvarez





El amor en tiempos dorados

Fue en febrero de aquel año
que en vez de intercambiar canicas
–tal como acostumbrábamos–
comenzamos a intercambiar
besos, abrazos: caricias,
que en lugar de deshojar
las sufridas margaritas
por mero entretenimiento,
a título de diversión,
consideramos en serio
la llamada del amor.
Y jugando a ser adultos
tú me confiaste la flor
de la vida... de tu vida,
yo... te confié la mía,
y la música del mundo
se interpretó en nuestros labios,
en nuestros cuerpos lozanos;
aunque febrero mostraba
su faceta más gélida,
todo en redor nuestro florecía,
todo era gloriosa primavera.



El símbolo del infinito,
grabado en el tronco aterido
de nuestro árbol dilecto,
hablaba de amor eterno...





Al contrario de nuestros pasos,
que indecisos transitaban
aquellos tiempos dorados,
el invierno... corría ligero.

 © María José Rubiera Álvarez




La importancia de las palabras

Hay palabras que restallan
como látigos hendiendo el aire:
Palabras alevosas, calumniosas,
que dichas sin conocimiento de causa
destruyen la reputación
de las personas honradas.
Palabras hirientes, incisivas,
a semejanza de filosas espadas.
Palabras embaucadoras,
a rebosar de sofismas
encaminados a embaucar,
manipular y adocenar
a quienes faltos de criterio propio
entienden que son artículos de fe
a tener en consideración.
Palabras analfabetas, iletradas,
que en beneficio de la gramática
deberían ser aisladas
en estancias insonorizadas...

Pero también hay palabras
que enardeciendo los sentidos
embelesan al alma:
Palabras deliciosas
que a los oídos halagan.
Palabras tan luminosas
como el firmamento
al anunciarse el alba.
Palabras melodiosas,
que dotadas de música propia
a las fieras amansan.
Palabras dulces, melosas
que al espíritu enamoran.
Palabras que suenan a besos,
a requiebros emitidos
en la intimidad de la alcoba...

© María José Rubiera Álvarez



























Demasiadas horas...

Cada día, del alba al ocaso,
sin concederme reposo
hasta anunciarse el véspero:
mañanas y tardes versificando,
enfundado en ocasiones el veste
del rimador fracasado,
invocando las más de las veces
al huidizo y díscolo estro...
                                                                              Demasiadas horas
flagelando al intelecto,
incurriendo en redundancias,
tropos, aliteraciones,
perífrasis, anáforas,
dilogías, hipérboles,
paradojas, gradaciones...
                                                                           Demasiadas horas
 ejerciendo su albedrío
mi alígero pensamiento,
sintiéndome espectadora
y protagonista a un tiempo
de melodramática obra,
adivinando más que viendo
el velado perfil de las cosas,
intuyendo su silente fluir...
                                                                           Demasiadas horas
escuchando el rumor de la brisa,
admirando las purpúreas rosas:
mecidas por el soplo sutil,
ahondando en cada detalle
de todo y cuanto por doquier
ante mi visión se expande...
                                                                          Demasiadas horas
aislada en mi reducida isla,
obviando tus necesidades,
privándote de mi presencia,
en conflicto conmigo misma...



© María José Rubiera Álvarez






El acto de escribir

Letra a letra,
sílaba a sílaba,
verso a verso,
párrafo a párrafo
yo, escriba del alma,
desgrano su sentimiento
sobre folio inmaculado...
Y cuanto más escribo
más me doy cuenta
del tácito compromiso
que el escritor contrae con el lector
y rubrica consigo mismo:
instruirse, para luego instruir
y orientar al leedor primerizo,
documentarse de forma exhaustiva,
para luego documentar
de forma fidedigna...
Y cuanto más escribo
más reparo en el deber
que por cuestión de ética
el poeta o literato debe asumir
y llevar a la práctica:
revisar el texto, corregir las erratas
 y desechado lo mediocre
brindar al público
lo esencial de la obra escrita...
Y cuanto más escribo
más me embarga la sensación
de que aún me queda mucho por aprender,
porque escribir es algo más
que trazar rasgos caligráficos
y plasmar florituras trasnochadas
en una página en blanco...



© María José Rubiera Álvarez




Romance de otoño

Ahí fuera, en el exterior,
esa hora vespertina, 
         en la que ignívomo el sol,
librando liza con la nube peregrina,
registra su inminente defunción
en la efemérides de un otoño
que sintiéndose con alma de artista
en el lienzo de la naturaleza
de oricalco va pintando
la escena de una época
que tildándose añeja
rehúye la modernidad:
un atávico sendero,
ribeteado de ocrosas hojas,

una baranda de hierro
que facilita el acceso
al exiguo riachuelo
que va camino del mar;

la fuente de cuatro caños
–¿ otorgadora de deseos... quizás?–,

el arcaico lavadero,
en el que las lugareñas
acostumbraban lavar:
estampas de un pasado
que se nos hace lejano.
Aquí... la solidez de este hogar
que nos habla de vivencias
salobres... en ocasiones,
por momentos virulentas,
las más de las veces, almibaradas,
y siempre necesarias
para reafirmar la personalidad.
Aquí...
en este nido de terciopelo,
entre visillos de organdí
y góticos romanceros,


tu voz... grave, profunda,
que se me hace rapsodia
cuando hablándome quedo
me dices: "Eres preciosa";
el amor... con visos de eternidad,
sobornando al regidor del tiempo,
para que no huya jamás...

© María José Rubiera Álvarez

Reincidentes

Una vez se haya anunciado
el alba en el firmamento
iré a tu encuentro, mi amado,
como caudaloso río al océano...
Me acogerás en tus brazos,
holgaré el rostro en tu seno,
lenguaraz tu corazón
me transmitirá el anhelo
que te turba la razón,
y musitarás un ruego: "Amémonos,
llenémonos el uno del otro
hasta cubrirse de índigo los cielos,
amémonos como aquel par de locos
que por amor el buen juicio perdieron,
y si delito amarse con delirio
que nos digan reincidentes
y nos prendan y condenen
a las penas del averno."
Se hermanarán nuestros espíritus,
se fusionarán nuestros cuerpos
hasta conformar un solo cuerpo,
y como por arte de ensalmo
veremos obrarse el milagro
de congelarse el momento.



© María José Rubiera Álvarez









¿Hace cuánto...?

¿ Hace cuánto tiempo, amado,
que no te acojo en mi seno
y miel sobre hojuelas mis labios
no endulzan tus parleros labios...?,
¿cuánto, mi encantador de ofidios,
que esta aprendiz de Xana
no enarbola su varita mágica
y te somete a su hechizo...?
¿Hace cuántos días, vida,
que no te digo: "te adoro"...?,
¿ cuántos que no te ofrendo la oblea
que guardo como un tesoro...?
Lo cierto es que he perdido la cuenta:
A lomos de volátil soplo
raudos cabalgan los días,
jinetes consumados
apresurados recorren espacios,
cruzan líneas fronterizas
y en un santiamén los perdemos de vista.
Las semanas,
los meses,
los años
a la sima temporal se precipitan
y todo se revierte nada,
todo se cristaliza...

© María José Rubiera Álvarez









Si hubiera sido...

Si en vez de ser lo que soy
hubiera sido golondrina,
¿ qué océano surcaría hoy...?,
¿migraría a la marisma
donde, en contraposición
a este círculo vicioso
en que todo se dice y contradice
y todo queda sin explicación,
docta la Naturaleza
se expresa a la perfección...?
Si incipiente manantial
el alma mía,
¿en qué cumbre brotaría...?,
¿manaría sin cesar
o debido a la sequía
dejaría de manar...?


Si el árbol de los druidas,
¿me agradaría ser el tótem
de gnomos, elfos, dríadas
 y demás moradores del bosque,
o me agobiaría saberme deidad...?

¿consentiría en que el aire
empañara con su aliento
el jade de mi ramaje
o regañaría al silfo
por tamaño atrevimiento...? 
 Al espíritu que me habitase,
¿le sería dado vaticinar
 el futuro de la humanidad...?
Si en vez de ser lo que soy
hubiera sido un sueño,
¿con quién de buen grado soñaría
y con quién no querría soñar...?

© María José Rubiera Álvarez


Nunca... Y siempre

No me pidas que te relegue al olvido
cuando extinguida la mecha
que ilumina tu candela
de mi vera te hayas ido,
que dé fin a la promesa
de fidelidad eterna
y continúe viviendo
como si nada hubiera sucedido.
Tan penoso se me hará
transitar la vida a solas,
a solas... 

con la congoja
procurada por tu ausencia...
Noche tras noche,
                                                                  sola... siempre sola
hollaré la áspera arena
de la soledad perpetua.
Sola... siempre sola
deambularé la vivienda,
presintiendo tu presencia
en cada estancia recorrida.
Te evocaré a todas horas:
el murmullo de la brisa
y las susurrantes rosas
me recordarán tu argentina risa.
La luz del atardecer,
pausada en la floreciente morera,
me traerá reminiscencias
de aquella... primera vez,
en que me amaste y te amé:
el astro solar decaía
tras el ondulado otero,
y tú, yo... Nosotros...

© María José Rubiera Álvarez







Nacidos para morir

Hoy, dando rienda suelta
al cúmulo de sentimientos
que bullen en nuestro interior,
más que en ningún otro momento
trémulo el corazón,
húmedas de emoción las pupilas,
los labios pletóricos de besos,
arreboladas las mejillas...,
dándole vía libre al amor
uno al otro nos entregaremos
en cuerpo, alma, mente y pensamiento.
Y digo hoy, porque mañana
– ¡cuán lejano suena el vocablo!–,
mañana... quizá sea demasiado tarde:
viajeros de paso en la Tierra,
algún día partiremos
para nunca regresar... ¿o sí?
¿Morimos para renacer
una y otra vez, sin descanso ni fin...?
¿Adscritos los egos
al círculo de la vida y la muerte
rondan los mausoleos
en que yacen los descarnados huesos
de aquellos finados que alentaron
su desmedido egoísmo...?
¿Nos será posible algún día
dilucidar el enigma de la vida...?
Sea cual sea la respuesta,
nacidos para morir
no queda sino asumir
que somos hoy,
y mañana no seremos.

© María José Rubiera Álvarez




Allende el silencio...

"No te conviene, querida...",
me dijeron hace tiempo,
y aún me lo siguen diciendo
cuando huidos de ultratumba
se me aparecen en sueños...
En la oscuridad retumba,
cual mazo golpeando el hierro,
la tediosa letanía
que a fuer de ser recurrente
se va haciendo harto cansina:
"Recuerda: no te conviene..."
¡Qué atrevimiento el de ellos!
Pero, cómo podrían saber
que entregarse al ser amado
es trascender la divinidad del ser
si nunca amaron ni amados fueron...
Lástima siento por ellos,
porque negado les fue beber
del manantial del Amor,
y tan sedientos murieron...
"Recuerda: no te conviene...",
insisten, importunando
mi placentero descanso.
Si al menos pudieran comprender
que amarnos ha sido..., es
el más preciado regalo
que la vida nos ha otorgado...
Pero cómo podrían comprenderlo
si a lo largo de su existencia vana
y hasta finalizar su último verano
no hicieron sino cercenar
la urdimbre de la esperanza...
Lástima siento por ellos,
porque tan solos y transidos se hallan
allá, allende el silencio...



© María José Rubiera Álvarez








El pensil de las Xanas

En un paraje de cuento,
sito en mitad de esa Nada
en que las péndolas huelgan
y amantísimos se estrechan
el espacio y la distancia...
Fiel a su cita anual
con narcisos, anémonas
y demás florecillas silvestres
la hechicera Primavera,
macilenta... deprimida,
las pestañas empapadas
por la pertinaz llovizna,
aturdida se desprende
de su sopor invernal...
Y presa aún del letargo,
todavía amodorrada:
"¿Dónde estoy? ¿Dónde me hallo...?",
le pregunta azorada
a una bisoña avecilla
que se acuna en una rama.
Y el surtidor que ameniza
con su armoniosa cantata
el estanque de las carpas:
"En el pensil de las Xanas..."



© María José Rubiera Álvarez

Crisantemos para Ana

Víspera de Todos los Santos...

El lastimero tañido
de la campana de la ermita
que linda con el Camposanto,
me hace evocar un nombre: Ana.
Ana, una señora valiente
que, sin ella pretenderlo,
con tinta indeleble
plasmaría en mi cuaderno
–casi en blanco, por aquel entonces–
retazos de una vil historia
que siempre, al parecer,
permanecerá en mi memoria...

Los estrechos de miras
le decían Anita... "La chiflada",
y riéndose a mandíbula batiente,
coreando al unísono el alias,
a costa de ella se divertían,
de la infeliz se mofaban.
                                                                     Chiflada...
por adelantarse a los tiempos
en que le había tocado vivir,
porque elevando el tono de voz
–más allá de lo permitido
en aquella época oscurantista–
reivindicaba alto y claro
el derecho a ser respetada
como mujer... como persona.
                                                                   Chiflada...
por pretender evadirse
de la letal telaraña
en la que había sido atrapada,
donde cada día se sentía morir.
                                                                   Chiflada...
por desear volar... volar... volar...
y pizpireta mariposa
que vuela en libertad
libar el néctar de las rosas,
la sustancia de la vida.

En vísperas de Todos los Santos,
crisantemos para Ana,
y una fervorosa plegaria,
formulada en silencio.
                                                                       En silencio...
para no despertarla
de su sempiterno sueño,
para evitarle el espanto
de oír la algarada humana
retumbando en los osarios...
   
D. E. P.


© María José Rubiera Álvarez



Moviola

Gélida,
inicua... como tu mirada,
se auguraba la mañana
cuando sin propósito de enmienda
te personaste en la casa.
La polvorienta maleta
que tu mano desalmada
con desidia aferraba,
delataba las miserias
de tus innobles andanzas.
Sí, reapareciste en su vida,
y defenestrando los gozos
que en el corazón palpitan
odiarás los glaucos ojos
que acongojados vomitan
un aluvión de sollozos.
Minarás sus pensamientos,
hostigarás su memoria
movilizando recuerdos
enquistados en sus sueños...
Si bien te valdrá de nada
la envejecida moviola,
proyectarás fotogramas
de matices obsoletos
y pátina desgastada...
Pero eso ya lo sabes, ¿cierto...?,
así como también sabes
que rebobinar la película
no le confiere carácter de estreno:
nunca adquiere cualidad de flamante
aquello que se hizo viejo.

© María José Rubiera Álvarez



Alfa y Omega

Alfa... Omega: dos vocablos
que rebosando significado
nos invitan a pensar
en el principio y el fin
de todo aquello que existe
sobre la faz de la Tierra,
en el inmensurable confín
del espacio interestelar
y más allá de las estrellas
que se dejan observar...
Dos vocablos inquietantes
–vistos bajo mi prisma–
y en cada uno de ellos
un axioma indiscutible:
"Todo cuanto comienza finaliza."
Sin embargo el otoño me recuerda
que todo aquello que se va
tarde o temprano regresa
al punto de partida,
y todo tiende a repetirse
una y otra vez... sin cesar.
Y perdida la paciencia
yo desespero esperando
que la concordia prevalezca
en este mundo de cristal;
un hermoso cristal, por cierto,
pero cristal al fin y al cabo,
factible de ser fracturado
en millares de pedazos...
¡ Insensatos aquéllos 
que en lugar de promover la paz
promueven enconadas guerras!
Una inevitable pregunta
–sin posible respuesta... aún–
aflora a mis labios trémulos:
Si extintas las sirenas

¿quién tañerá la lira del mar...?

© María José Rubiera Álvarez


Quizá sea sólo eso...

El nostálgico noviembre
y la lluvia sibilina,
que a ritmo de viscosa sierpe
sigilosa se desliza
por las mustias arboledas
que en silencio agonizan:
un maridaje perfecto,
acentuando la melancolía
de la estación otoñal,
favoreciendo ex profeso
el despertar de emociones
que hasta el momento actual
en latencia dormitaban;
emociones generadas
por el contumaz anhelo,
de sensualismo preñadas.
Noviembre,
joven y añejo a un tiempo
–ambivalente siempre–,
me fuerza a considerar
el eterno retorno de los seres...
Y para bien o para mal
me adentro en ese reino
ingrávido... inmaterial,
denominado: "Poesía",
en el cual, siendo todo factible,
lo increíble se hace creíble,
donde una vez encadenadas
las sílabas y las palabras
se pone de manifiesto
el universo del alma,
que no es sino un espejo
límpido... inmaculado,
en el que el poeta se refleja
para a su vez reflejar,
en cada poema,
su alma de poeta.



Quizá la vida sea sólo eso:
una composición poética...



© María José Rubiera










Al unísono...

La madrugada pierde aguas,
de azur y gules blasonada
la luz derrota a la sombra...
Reverbera en la ventana
la génesis de la aurora,
a cedro huele la brisa
que a su albur orea la alcoba,
a madreselva el incienso
que ahúma las hornacinas;
tus besos... a menta y espliego
–en mis oídos repican
audaces siseos de anhelos–.
Tus dedos, diestros escribas,
van pergeñando en mi seno
el apremiante deseo
de abrazarnos,
estrecharnos,
ceñirnos... hasta rompernos,
y radiantes partículas
vagando por el universo
fundirnos,
licuarnos;
el uno en el otro... desvanecernos.
Si destellantes luceros
deslumbrarnos,
enardecernos,
enajenarnos,
extasiarnos
en el alba de los tiempos...
¡Oh caro mío!,
esa atracción recíproca
que nos subyuga,
nos tiraniza,
nos exige... respirar al unísono.



© María José Rubiera Álvarez








A menos que...

A menos que uno ambicione
morir multimillonario,
laurearse huésped de honor
del silente camposanto,
¿para qué, en menoscabo de la ética,
ese obsesivo, compulsivo
y destructivo deseo
de mercar, a costa de lo que sea,
títulos honoríficos,
de usurpar inmensas riquezas...?
¿Adónde conduce el anhelo
de sacrificar la decencia
en aras de la avaricia...?
¿Adónde... si la Descarnada
jamás hace distinciones
entre el opulento y el inope...?
Aviado va el que se imagina
que por nacer entre algodones
se librará de la tirana
y a la par democrática Dama.
Se da la circunstancia
que la Huesuda dista mucho
de ser una perdonavidas:
jamás fanfarronea, ni alardea
de las cabezas que ha sesgado
con su filosa guadaña;
obra siempre en consecuencia
con la ley establecida
por la omnipotente Naturaleza,
que inflexible determina
cómo, cuándo... en qué lugar
el viaje de la vida finaliza.

© María José Rubiera Álvarez