La madrugada pierde aguas,
de azur y gules blasonada
la luz derrota a la sombra...
Reverbera en la ventana
la génesis de la aurora,
a cedro huele la brisa
que a su albur orea la alcoba,
a madreselva el incienso
que ahúma las hornacinas;
tus besos... a menta y espliego
–en mis oídos repican
audaces siseos de anhelos–.
Tus dedos, diestros escribas,
van pergeñando en mi seno
el apremiante deseo
de abrazarnos,
estrecharnos,
ceñirnos... hasta rompernos,
y radiantes partículas
vagando por el universo
fundirnos,
licuarnos;
el uno en el otro... desvanecernos.
Si destellantes luceros
deslumbrarnos,
enardecernos,
enajenarnos,
extasiarnos
en el alba de los tiempos...
¡Oh caro mío!,
esa atracción recíproca
que nos subyuga,
nos tiraniza,
© María José Rubiera Álvarez
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