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El amor en tiempos dorados

Fue en febrero de aquel año
que en vez de intercambiar canicas
–tal como acostumbrábamos–
comenzamos a intercambiar
besos, abrazos: caricias,
que en lugar de deshojar
las sufridas margaritas
por mero entretenimiento,
a título de diversión,
consideramos en serio
la llamada del amor.
Y jugando a ser adultos
tú me confiaste la flor
de la vida... de tu vida,
yo... te confié la mía,
y la música del mundo
se interpretó en nuestros labios,
en nuestros cuerpos lozanos;
aunque febrero mostraba
su faceta más gélida,
todo en redor nuestro florecía,
todo era gloriosa primavera.



El símbolo del infinito,
grabado en el tronco aterido
de nuestro árbol dilecto,
hablaba de amor eterno...





Al contrario de nuestros pasos,
que indecisos transitaban
aquellos tiempos dorados,
el invierno... corría ligero.

 © María José Rubiera Álvarez




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