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Nunca... Y siempre

No me pidas que te relegue al olvido
cuando extinguida la mecha
que ilumina tu candela
de mi vera te hayas ido,
que dé fin a la promesa
de fidelidad eterna
y continúe viviendo
como si nada hubiera sucedido.
Tan penoso se me hará
transitar la vida a solas,
a solas... 

con la congoja
procurada por tu ausencia...
Noche tras noche,
                                                                  sola... siempre sola
hollaré la áspera arena
de la soledad perpetua.
Sola... siempre sola
deambularé la vivienda,
presintiendo tu presencia
en cada estancia recorrida.
Te evocaré a todas horas:
el murmullo de la brisa
y las susurrantes rosas
me recordarán tu argentina risa.
La luz del atardecer,
pausada en la floreciente morera,
me traerá reminiscencias
de aquella... primera vez,
en que me amaste y te amé:
el astro solar decaía
tras el ondulado otero,
y tú, yo... Nosotros...

© María José Rubiera Álvarez







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