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Pentesilea

 Coronar la cima de una montaña,
adentrarse en el encantado reino
de los abedules, tejos, robles, hayas,
serpear por abruptos desfiladeros,
escuchar el trémolo de las cascadas...,
le procuraba suma felicidad.
Allí, en la hiperbórea algaba,
intentando en vano descifrar
la lengua del las criaturas aladas,
de la sibilítica naturaleza,
ajena a las tóxicas patrañas,
fraguadas con alevosa insolencia
en la ígnea fragua universal:
publicitadas como "sacras obleas",
con las que por las malas o por las buenas
era imperativo comulgar...,
podía expresarse sin reservas.
Allí, en los dominios de los helechos,
de las culebras y salamanquesas,
el silbo del cierzo sonando a lo lejos,
la bruma absorbiendo la claridad...,
podía concederse la licencia
de blandir la enseña de la libertad.

© María José Rubiera Álvarez 

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