Sí, majadero... Lo sé,
sé más de lo que quisieras
acerca de la tinieblas
que te oscurecen el ser,
de las batallas internas
que a pesar tuyo libras,
entre asombros y tibiezas,
con tu mente peregrina.
Sé cuánto echas en falta
aquella frágil vasija,
que a fuerza de ser usada
acabó haciéndose trizas.
(Fino objeto de deseo,
del que en secreto aspirabas
a ser su único dueño).
El fuego de la libídine
ardía en tu mirada
cuando, subrepticiamente,
camino de la fontana,
prendado obstinadamente
de aquellas alegorías
con que el maestro ceramista
le ornara el túrgido vientre,
refulgentes las pupilas
febrilmente la mirabas
y le hablabas... quedamente
del espíritu del agua
que, obrando alquímicamente,
versátil se transmutaba
en elixir de la vida,
del cual ansioso libabas
siempre que apetecías.
© María José Rubiera Álvarez
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