Fue en las postrimerías
de aquella mirífica primavera
que entre retozos y risas,
emulando a Romeo y Julieta
nos enamoramos... cándidamente.
Superada la puericia,
la etapa cursi, pueril
del beso en la mejilla,
me conociste y te conocí:
nos conocimos... despaciosamente.
Signados los sucesivos años
en nuestro estacionario anuario,
el arrojo siempre a ultranza,
aferrados siempre al cáñamo
del que pende la esperanza,
reconociéndonos... como antaño,
identificándonos... plenamente,
nuevamente nos tildamos
–a pesar de los pesares–
verídicamente humanos:
humanos, que no voraces caimanes
devorando a su progenie,
humanos, que no alimañas
destripando a sus congéneres.
Indiscutiblemente... humanos
en avenencia con su idiosincrasia,
indefectiblemente... humanos
en armonía con sus circunstancias:
humanos, que no animálculos,
© María José Rubiera Álvarez
No hay comentarios:
Publicar un comentario