Apostada en la orilla del mar,
testigo ocasional, fortuito
de la decadencia crepuscular,
del armígero y baladí conflicto
entre la luz y la oscuridad,
contendiendo... asaz beligerantes
por el agónico claror vespertino,
le es inevitable preguntarse
si invicta, victoriosa la sombra,
le sería dado volver a presenciar
el próximo renacer de la aurora...
La noche sienta plaza en el arenal,
arriba, en las alturas, la Luna,
hierática, sibilina, espectral
le recuerda a la absorta Afrodita
que es hora de regresar al hogar,
de retornar a su apacible isla...
Ausente, ajena a cuanto no sea
la letanía de su pensamiento,
que obrando a modo de penitencia
se obstina en fustigarle el cerebro,
va tomando poco a poco conciencia
de su evasión de la realidad:
una realidad viciada, abyecta,
afín a la depravada crueldad,
análoga a la malevolencia.
© María José Rubiera Álvarez
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