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Sigo comprendiendo... ¡nada!

Todo adquiere significado cuando encasilladas las figuras en el damero de la existencia se revela meridiano el fetiche que mueve al mundo: Amasar riqueza a espuertas, pese a quien pese, caiga quien caiga, vénzase a quien se venza. Fetiche, oculto a la vista de la cándida inocencia –un niño jamás podrá comprender ambición tan desmedida.
Aún hoy, rebasada con creces la etapa de la simpleza, incluso habiendo asimilado que nada es lo que parece, la mirada avezada a observar las miserias humanas, sigo comprendiendo... ¡nada! Por suerte para mi espíritu, algo si cobra sentido cuando ensambladas las piezas del puzzle de las vivencias se me manifiesta nítido el verdadero símbolo por el que vale la pena existir, ser, estar: el amor genuino –un talismán compartido–. Amor... alimentado por ambos, de continuo mantenido. El amor... que nos mantuvo alejados del enrevesado laberinto que no alberga escapatoria. El amor... que nos evitó el peligro de ser catapultados al vórtice del abismo en que se esfuma la gloria del cariño correspondido.


© María José Rubiera Álvarez

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