que... apeteciendo Perséfona
darse un refrescante baño
en la fontana de Gea
–lugar de encuentro de xanas
y alígeras libélulas–,
fascinada por el agua
que serpenteaba cual sierpe
por la roca jaspeada,
enfundándose el veste
de danzadora luciérnaga,
de inhibición desprovista
danzó y danzó... cual posesa,
hasta caer desvanecida
sobre la agreste breña
en la que Helios yacía.
Hilada la madrugada
en los telares celestes,
del desmayo recobrada,
clarificada la mente,
sintiéndose observada
por el lujurioso sátiro
que ansiando violentarla
adusto, desencantado
merodeaba por la fuente,
avezada ilusionista
sin pensárselo dos veces
se transfiguró en ninfa.
Recién silenciado el eco
de la extinta alborada,
ralentizando el momento
en que habría de mudar
la apariencia de ninfa
en su condición real,
ovillada en la clepsidra
–medidora del instante
en que habría de tornar
a los dominios de Hades–,
dejándose acariciar
la azabachada melena
por el hálito de Aura,
la mirada enfocada
en las translúcidas ánimas
que a su alrededor fluían,
en el pedregoso túmulo
–necrópolis de las ninfas–,
se dijo que en modo alguno
olvidaría aquel día.
© María José Rubiera Álvarez
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