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Leda


(I)


El crepúsculo caía
sobre el silente horizonte,
sobre la lene calima,
sobre las aguas salobres,
cuando la ninfa Leda
–una de las más hermosas
que Melpómene pariera–,
en respuesta a la música
de las lejanas esferas,
auspiciada por su musa
se disponía a cantar
el canto de las sirenas.

(II)

A instancias de Polimnia,
que gustaba de escuchar
una voz tan cristalina,
coreada por sus hermanas
y por la brisa marina,
Leda cantaba y cantaba
y cuanto más entregada
al sibilino cantar
tanto más se adentraba
en el siniestro abisal.

(III)

La noche se derramaba
sobre la playa desierta,
sobre las almas cansadas,
sobre las almas en pena,
cuando Leda se acostaba
en su lecho de coral,
y rasgueando la lira
comenzaba a revelar
el origen de la vida:
la verdad jamás contada.

(IV)

La Luna se desleía
en las aguas espejadas,
en la niebla matutina,
en los matices del alba,
cuando la preciosa ninfa
–liberada del secreto
que le pesara en el alma,
tomando el mar por espejo,
con esmero cepillaba
la leonada melena,
que horas antes trenzara
con hilaturas de estrellas.

© María José Rubiera Álvarez






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