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La mujer de los silencios

Observando el mar comprendí
que así como las olas
dependen del soplo del viento
para formarse sobre las aguas,
cabriolar, piruetear, rizarse
y tejiéndose guirnaldas,
inconsútil chantilly,
barloventear e ir decreciendo
hasta fundirse en la playa...
y si encrespado oleaje,
las níveas crestas enhiestas,
romperse en la peña hostil,
así, alma de mi alma,
así... dependes de mí,
así... dependo de ti,
y su tú huracanado Eolo,
agitando el fondo de mi océano,
yo Siringa, la ninfa sanadora
que a tus males aplica remedio,
o si así lo prefirieres
simplemente la persona
que asomada a la complejidad
de un intrínseco abisal
ha decidido rebautizarse:
"La mujer de los silencios,
porque a diferencia de las palabras,
el silencio nunca empañará
la tersura del alma.

Mirando el incesante devenir
de la pleamar y la bajamar,
comprendí
que el péndulo del tiempo
establece la pauta a seguir,
y de poco o nada servirá
rogarle que evite oscilar,
que se detenga en el centro:
celoso de sus fueros,
siempre oscilará
a favor del invierno...




© María José Rubiera Álvarez






En otro Universo...

Yo te amé,
hace años,
cuando guiada por el candor
todo camino a recorrer
se me antojaba diáfano,
cuando hostigado por su trino
tu impúber ruiseñor
ansiaba poseer un nido
de albo algodón egipcio,
y cartógrafas tus manos
cartografiaban mi continente,
y con todo lujo de detalles
describían mis relieves,
la armonía de mis valles,
mis boscajes prístinos,
en los que lobo feroz alguno
había afilado jamás
sus molares y colmillos.
¿Cómo sospechar
por aquel entonces
que, a semejanza
de la dama de alabastro
–insomne celestina–,
el Amor tiene dos caras...?
Yo te amé,
¿hace, quizá, milenios...?,
¿ayer mismo... tal vez?,
lo cierto es que no lo sé,
o me da miedo saberlo,
miedo de levantar el velo
y averiguar que te amé
en otro lugar... en otro tiempo,
en otro ignoto Universo...
Yo te amé... Te amo,
y princesa de tu quimera,
de tu inconcluso ensueño,
continuaré amándote...
hasta haberse escrito el fin
de este inacabado cuento,
hasta que, debilitado,
el eco de nuestro postrer suspiro
se licúe en el olvido,
en el predio del silencio...

© María José Rubiera Álvarez





Réquiem

En el reino de Morfeo
te busco... y me buscas,
me encuentras... y te encuentro,
y evitando repetirnos
en la superficie muda
de un espejo polvoriento,
indelebles tu alma y mi alma,
indiviso el sentimiento,
te amo... y me amas,
me tienes y te tengo;
siempre de modo distinto,
distinto en todo momento...
Es entonces que el ensueño,
trocándose ditirambo,
elogio, alabanza: loa,
versículo orquestado
por los elatos luceros,
hasta el alba se prolonga...
Es entonces que allá arriba,
en el confín de lo eterno,
tal vez en la etérea orilla
donde se gestan los sueños,
unas voces gimientes
canturrean un cántico,
un lastimero réquiem
por los malogrados versos
de un poeta deportado
a la región del Silencio...

Nadie da crédito al salmo,
nadie... del dolor se hace eco.

© María José Rubiera Álvarez