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La mujer de los silencios

Observando el mar comprendí
que así como las olas
dependen del soplo del viento
para formarse sobre las aguas,
cabriolar, piruetear, rizarse
y tejiéndose guirnaldas,
inconsútil chantilly,
barloventear e ir decreciendo
hasta fundirse en la playa...
y si encrespado oleaje,
las níveas crestas enhiestas,
romperse en la peña hostil,
así, alma de mi alma,
así... dependes de mí,
así... dependo de ti,
y su tú huracanado Eolo,
agitando el fondo de mi océano,
yo Siringa, la ninfa sanadora
que a tus males aplica remedio,
o si así lo prefirieres
simplemente la persona
que asomada a la complejidad
de un intrínseco abisal
ha decidido rebautizarse:
"La mujer de los silencios,
porque a diferencia de las palabras,
el silencio nunca empañará
la tersura del alma.

Mirando el incesante devenir
de la pleamar y la bajamar,
comprendí
que el péndulo del tiempo
establece la pauta a seguir,
y de poco o nada servirá
rogarle que evite oscilar,
que se detenga en el centro:
celoso de sus fueros,
siempre oscilará
a favor del invierno...




© María José Rubiera Álvarez






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