La noche guardaba con celo
el secreto de los dos,
que la Luna, entremetida,
a los vientos pregonó...
La fontana cantarina,
registrando el rumor
que por doquier se extendía,
nuestro secreto, amor,
fio a las meigas que la habitan
y... desde la noche aquella
me duele el corazón
–se lamenta la doncella–.
Deja que la fontana hable, amada mía,
que murmuren cuanto quieran
sus volatineras aguas hialinas,
que hablen también las meigas
y las lenguas viperinas...
¿Qué podrían decir que el Cosmos no sepa?,
¿acaso que te amaré mientras viva
y más allá de mi fugaz existencia...?
© María José Rubiera Álvarez
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