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Mantra

El otoño decadente
y el invierno ingénito
y el astro senescente
y el siseante cierzo
me remontan a la época
en que, sin mesura alguna,
dilapidamos poemas
 bajo la luz de la luna. 
Irrespetuoso el viento
desabrochaba mi blusa,
dejando al descubierto
la lencería de blonda
que resguardaba con celo
mis púberes magnolias.
Efebo parco en palabras
–sonrojadas las mejillas,
la chaveta extraviada–
tus  relucientes pupilas
expresaban sin ambages
lo que tu lengua callaba,
y mis manos vigilantes
te negaban el acceso
a la pulcra alcazaba,
a su sacrosanto templo.
Esgrimiendo una sonrisa
de antojadizo lactante,
perdida aún la vista
en el pulquérrimo encaje,
en mi epidermis nívea,
en mis labios tremantes...,
vasallo del silencio
en mi boca desgranaste
una promesa velada
y un zalamero beso.
Ajeno a la farsa humana
el sacro mantra del piélago...
reverberaba en la playa,
en el vibrante universo.

© María José Rubiera Álvarez



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