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Hierofante

Insomne... cual murciélago,
violáceas las ojeras,
ajena a tu desespero
la noche se te hace eterna.
Ni siquiera te asiste el consuelo
de contemplar las estrellas:
la niebla, sumada a la oscuridad,
ofusca el firmamento.
Suscrito –como tú– al insomnio, 
el hierofante del espejo
esboza una sonrisa agraz
y mirándote de reojo:
"Henos aquí... de nuevo,
compañero de fatigas,
interpretando en tres actos
la tragedia de la vida..."
Oyente accidental
de tus inconfesos pensamientos,
comienza a aherrojar
al estatuario silencio
que te amordaza la lengua
y te confunde el cerebro.
Sin darte apenas cuenta,
derrumbado ya el adarve
–tras el que a diario te atrincheras–,
liberado de mutismos,
presentimientos, recelos...,
sin concederte tregua
hablas..., hablas..., hablas
de tus deslices y aciertos.

En el telar del horizonte,
indecisa, ruborosa,
como queriendo excusarse
por comparecer a deshora
ante un supuesto arconte...
se va hilvanando la aurora.

© María José Rubiera Álvarez

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