Buscar este blog

La música del estío (vídeo–poema)



"Vivamos el instante, mi amada",
rogarás... impelido por el deseo

y te adiestraré en el arte
de amar con la mirada,
de leer el pensamiento...

© María José Rubiera Álvarez

Rapsody in blue

Amanecerá de nuevo,
y deshilados los cirros
de índigo se ornará
el ábside de los cielos...
Amanecerá, amor mío,
dispersada la boira
el garzo albor violará
la calma del aposento,
deslavazado el rocío
zafirino sonará
el pífano de los mirlos,
y tus ojos somnolientos
se encontrarán con los míos.
Rapsodia en clave de besos
desgranaré en tu boca,
carceleros tus abrazos
encarcelarán mi cuerpo,
un "te amo" huirá de tus labios
y atrapándolo al vuelo,
acunándolo en mis manos,
volviéndolo ileso a tus labios
te recordaré, cariño,
mil y una veces reiterado:
"Amar se conjuga en silencio."

© María José Rubiera Álvarez





Eterno retorno

Es tan breve la estancia
en esta tierra de acebos,
de sidra y de agua,
y es tan lato el erebo
que la orilla opuesta baña,
tan dispendioso el impuesto
que el alma ha de satisfacer
al guardián de la bocana
–por transportarla a través
de lagunas desangeladas–
que a veces me asalta la sensación
de ser un mero peón
del tablero de ajedrez.

¿A qué se debe este eterno retorno,
este sempiterno volver a empezar...?
¿Todo acontece por casualidad,
o por el contrario todo obedece
al Principio de Causalidad...?:

¡He aquí la cuestión!
Resultaría ilógico pensar
que la previsora Naturaleza
deja todo a merced del azar,
sin intervención alguna por su parte.
Pero, ¿quiénes somos en realidad...?

¿Somos, acaso, simples engranajes
de la gigantesca Rueda de la Vida...?
¿Somos, quizás, instrumentos,
ejecutándose a voluntad
de anónimo orquestador...?
¿Somos asimismo reos
de nosotros mismos...?

Lo dejo al discernimiento del lector.

© María José Rubiera Álvarez

La Noche de San Juan

En la noche más mágica
y a la par más corta
de la Estación Estival,
acuden a mi memoria
las fantásticas leyendas
–en extremo fascinantes–
que para delicia mía
sin escatimar detalles
familia y amigos relataban.
Leyendas atávicas, ancestrales,
transmitidas de boca a oreja
generación tras generación
por gente sencilla, llana,
que de forma paulatina
pasaron a formar parte
de la memoria colectiva.
Leyendas a rebosar de misterio,
en las cuales se detalla
que en La Noche de San Juan,
gnomos, sílfides, hadas, xanas
y demás espíritus de la Naturaleza
acuden en tropel al bosque,
donde se reúnen para celebrar
El Festival de las Hadas,

y bajo el manto estrellado
entonan gozosos cánticos
y al son de los mismos danzan
hasta casi despuntar el alba.
El resplandor de la hoguera,
el bailoteo de las llamas
queriendo alcanzar la eternidad,
la dama de alabastro
que en lo más alto del cielo
brillaba con intesidad
alimentaban mi fantasía:
Aquellos míticos seres,
cobrando animada vida,
me invitaban a danzar
la prístina Danza Prima.


© María José Rubiera Álvarez 

Mientras dormías...

Desvelada por la voz del aire
que cual cristal quebradizo
porfiada se quebraba
en el nido del carrizo,
en las hojas de los árboles;
desmadejando la trama
que mi pensamiento urdía
–como si de un tapiz se tratase–
anoche, mientras dormías,
te oí hablar en sueños,
y colegí que tu psiquis discurría
por un jardín, del que te sabías dueño.
Recluida en el sigilo
sigilosa me deslicé del lecho
y de puntillas, descalza,
evitando hacer ruido
me aproximé a la ventana:
Enamorado el rocío
de una rosa de mayo
diligente la cubría
con su enmohecido manto;


la Luna se ensombrecía
al verlos amancebarse
y celestina frustrada
pretenciosa presumía
de alcahuetear a los amantes.
Sentí la imperiosa necesidad
de no dejar escaparse
el inefable instante,
de prenderlo en mis cabellos
con prendedores dorados
y mantenerlo prendido
hasta alojarme en tus brazos,
y... justo en ese momento
me sorprendí deseando tus labios.
De no vagar confundido
por áridos universos
te habría sugerido... ¡Ya sabes!

© María José Rubiera Álvarez

Peldaño a peldaño

Deslumbrados por la buhonería
de la Feria de las Vanidades,
cegados por la cimbria
de vestiduras talares,
palpando silencios,
esquivando oquedades,
sorteando agujeros negros,
a tientas, sin pasamanos que avale
la fijación de los balaustres,
peldaño a peldaño vamos ascendiendo
por la escalera del tiempo;
a la zaga, royéndonos los calcaños,
los pretéritos, contabilizando
tristezas, abandonos, omisiones...
"¿Adónde nos conducirá la escalera...?",
nos preguntamos a veces;
intrigados, creyendo ver una luz
donde sólo impera la oscuridad,
elevamos la mirada hacia lo alto
y todo cuanto alcanzamos a ver
es el simulacro de un tragaluz.
Hay días en que rebosando pesimismo,
gustando de flagelarnos la mente,
el alma, el espíritu,
nos decimos que nada nos aguarda
al final de la escalera:
de aguardarnos algo o alguien,
en absoluto sería un mundo
espectacular, prodigioso... feliz;
sino un tenebroso precipicio,
en el cual yacen las horas
que desde el pétreo cantil
al vacío se arrojaron.
Nos, los que hemos de morir,
calculando los peldaños
que nos quedan por subir
seguimos ascendiendo
por la escalera del tiempo...



© María José Rubiera Álvarez



Continuum

Por aquel entonces, éramos
céfiro y magnolia en primavera...
A decir verdad, a veces creo que éramos
un facsímil de Tristán e Isolda,
o bien una insustancial copia de
los amantes de Verona
–ediciones corregidas,
adaptadas a la época actual–.
En todo caso, guardábamos cierta similitud
con los personajes mencionados:
de la copa dionisíaca
bebíamos el mágico licor
y apurada la última gota
ebrios de pasión nos poseíamos
–irreductible es la fuerza del amor–.
El amor: una constante invariable
en nuestro transitorio devenir,
el imperecedero espacio-tiempo
que a ciegas acostumbramos recorrer;
un laberíntico vórtice espacial,
en que sin escapatoria posible
giramos..., giramos..., giramos...
¡Ay de ti ! ¡Ay de mí!
Entonces solía dormir de bruces,
tus besos arrebolaban mi espalda
y cada beso era –a todas luces–
una declaración de intenciones...

© María José Rubiera Álvarez


Ígnea

Argentados –como nunca–
la Luna y el Lucero del alba
acuerdan contraer nupcias
al filo de la alborada.
El amor flota en la brisa,
la brisa huele a azahar,
el azahar aviva el deseo
y mi deseo es... besar,
besar tu boca en sazón,
en sazón... como la poma
pequeña, redonda, roma
–bíblica tentación–.
Tentación azarosa
eres para la razón,
la razón: silenciada
por la ígnea pasión,
pasión que en tus labios
se convierte en flama,
flama caldeando el lecho,
el lecho en que la libido
se irá haciendo verbo
y ahíta de sí misma,
consumado su anhelo,
decidirá prosternarse
ante el altar del amor:
del amor célibe, casto.
Y castidad mariana
mis abochornados besos
serán píos peregrinos
transitando tus senderos.

© María José Rubiera Álvarez




A ti, padre

Hosca, nublada se declara la tarde...
Y pienso en ti, padre,
en cuánto aborrecías los días
exentos de claridad.
"En cierto modo –decías–
la ausencia de luz vaticina
desdichas en el hogar."
Densa, compacta –enigmática–
la neblina difumina
los undosos contornos del paisaje,
contornos que lo definen
mayestático, paradisíaco...
Y pienso en ti, padre,











en cuánto adorabas esta tierra,
que te vio y me vio nacer:
esta Asturias nuestra.
La saudade asalta el baluarte
en que se cobija el alma,
la garra de la tristeza
me atenaza la garganta,
y pienso en ti, padre:
Gentil, jocoso, esplendente,
desprendido, sibarita, galante,
amante de los placeres,
ferviente admirador de la vida,
enamorado de las bellas artes;
en suma, antídoto para las cuitas.

La noche cae sobre la ciudad...
Arriba, en el paritorio celeste,
las nubes rompen aguas,
la lluvia empantana las aceras...
Y pienso en ti, padre.

© María José Rubiera Álvarez

Silencios

Los aires de suficiencia,
el ademán altanero,
aquel no tomar conciencia
de lo que pudo haber sido... y no fue;
en paradero desconocido
el mutuo  respeto.
Todo sin variación alguna... idéntico:
el local, las butacas, la mesa
en que ante sendas tazas de café
diálogos y silencios mantuvieron.
                                                                      Silencios:
de inhibición desprovistos
al travestirse de negro
el majestuoso ajimez
del augusto firmamento.
                                                                 Silencios
despojados del  taciturno velo,
independizados de la mudez
que resta expresión a los cuerpos
–quizá el amor sea sólo eso:
silencios... de sonidos recubiertos–.

¿Se había parado el tiempo...?
¡No!
En la dársena del pasado
anclados estaban ellos,
sin nunca haber aprobado
la asignatura pendiente,
sin haber superado la prueba
que demandaba el presente.

Fuera... en el exterior,
el hálito de la brisa
que lo pernicioso estraga,
de la cúpula el resplandor
que precede al rubor del alba,
de la insomne soberana el albedo,
refractándose en el alma.

De mi poemario "Bardo", junio de 2015

© María José Rubiera Álvarez





El amor en tiempos dorados

Fue en febrero de aquel año
que en vez de intercambiar canicas
–tal como acostumbrábamos–
comenzamos a intercambiar
besos, abrazos: caricias,
que en lugar de deshojar
las sufridas margaritas
por mero entretenimiento,
a título de diversión,
consideramos en serio
la llamada del amor.
Y jugando a ser adultos
tú me confiaste la flor
de la vida... de tu vida,
yo... te confié la mía,
y la música del mundo
se interpretó en nuestros labios,
en nuestros cuerpos lozanos;
aunque febrero mostraba
su faceta más gélida,
todo en redor nuestro florecía,
todo era gloriosa primavera.



El símbolo del infinito,
grabado en el tronco aterido
de nuestro árbol dilecto,
hablaba de amor eterno...





Al contrario de nuestros pasos,
que indecisos transitaban
aquellos tiempos dorados,
el invierno... corría ligero.

 © María José Rubiera Álvarez




La importancia de las palabras

Hay palabras que restallan
como látigos hendiendo el aire:
Palabras alevosas, calumniosas,
que dichas sin conocimiento de causa
destruyen la reputación
de las personas honradas.
Palabras hirientes, incisivas,
a semejanza de filosas espadas.
Palabras embaucadoras,
a rebosar de sofismas
encaminados a embaucar,
manipular y adocenar
a quienes faltos de criterio propio
entienden que son artículos de fe
a tener en consideración.
Palabras analfabetas, iletradas,
que en beneficio de la gramática
deberían ser aisladas
en estancias insonorizadas...

Pero también hay palabras
que enardeciendo los sentidos
embelesan al alma:
Palabras deliciosas
que a los oídos halagan.
Palabras tan luminosas
como el firmamento
al anunciarse el alba.
Palabras melodiosas,
que dotadas de música propia
a las fieras amansan.
Palabras dulces, melosas
que al espíritu enamoran.
Palabras que suenan a besos,
a requiebros emitidos
en la intimidad de la alcoba...

© María José Rubiera Álvarez



























Demasiadas horas...

Cada día, del alba al ocaso,
sin concederme reposo
hasta anunciarse el véspero:
mañanas y tardes versificando,
enfundado en ocasiones el veste
del rimador fracasado,
invocando las más de las veces
al huidizo y díscolo estro...
                                                                              Demasiadas horas
flagelando al intelecto,
incurriendo en redundancias,
tropos, aliteraciones,
perífrasis, anáforas,
dilogías, hipérboles,
paradojas, gradaciones...
                                                                           Demasiadas horas
 ejerciendo su albedrío
mi alígero pensamiento,
sintiéndome espectadora
y protagonista a un tiempo
de melodramática obra,
adivinando más que viendo
el velado perfil de las cosas,
intuyendo su silente fluir...
                                                                           Demasiadas horas
escuchando el rumor de la brisa,
admirando las purpúreas rosas:
mecidas por el soplo sutil,
ahondando en cada detalle
de todo y cuanto por doquier
ante mi visión se expande...
                                                                          Demasiadas horas
aislada en mi reducida isla,
obviando tus necesidades,
privándote de mi presencia,
en conflicto conmigo misma...



© María José Rubiera Álvarez






El acto de escribir

Letra a letra,
sílaba a sílaba,
verso a verso,
párrafo a párrafo
yo, escriba del alma,
desgrano su sentimiento
sobre folio inmaculado...
Y cuanto más escribo
más me doy cuenta
del tácito compromiso
que el escritor contrae con el lector
y rubrica consigo mismo:
instruirse, para luego instruir
y orientar al leedor primerizo,
documentarse de forma exhaustiva,
para luego documentar
de forma fidedigna...
Y cuanto más escribo
más reparo en el deber
que por cuestión de ética
el poeta o literato debe asumir
y llevar a la práctica:
revisar el texto, corregir las erratas
 y desechado lo mediocre
brindar al público
lo esencial de la obra escrita...
Y cuanto más escribo
más me embarga la sensación
de que aún me queda mucho por aprender,
porque escribir es algo más
que trazar rasgos caligráficos
y plasmar florituras trasnochadas
en una página en blanco...



© María José Rubiera Álvarez




Romance de otoño

Ahí fuera, en el exterior,
esa hora vespertina, 
         en la que ignívomo el sol,
librando liza con la nube peregrina,
registra su inminente defunción
en la efemérides de un otoño
que sintiéndose con alma de artista
en el lienzo de la naturaleza
de oricalco va pintando
la escena de una época
que tildándose añeja
rehúye la modernidad:
un atávico sendero,
ribeteado de ocrosas hojas,

una baranda de hierro
que facilita el acceso
al exiguo riachuelo
que va camino del mar;

la fuente de cuatro caños
–¿ otorgadora de deseos... quizás?–,

el arcaico lavadero,
en el que las lugareñas
acostumbraban lavar:
estampas de un pasado
que se nos hace lejano.
Aquí... la solidez de este hogar
que nos habla de vivencias
salobres... en ocasiones,
por momentos virulentas,
las más de las veces, almibaradas,
y siempre necesarias
para reafirmar la personalidad.
Aquí...
en este nido de terciopelo,
entre visillos de organdí
y góticos romanceros,


tu voz... grave, profunda,
que se me hace rapsodia
cuando hablándome quedo
me dices: "Eres preciosa";
el amor... con visos de eternidad,
sobornando al regidor del tiempo,
para que no huya jamás...

© María José Rubiera Álvarez

Reincidentes

Una vez se haya anunciado
el alba en el firmamento
iré a tu encuentro, mi amado,
como caudaloso río al océano...
Me acogerás en tus brazos,
holgaré el rostro en tu seno,
lenguaraz tu corazón
me transmitirá el anhelo
que te turba la razón,
y musitarás un ruego: "Amémonos,
llenémonos el uno del otro
hasta cubrirse de índigo los cielos,
amémonos como aquel par de locos
que por amor el buen juicio perdieron,
y si delito amarse con delirio
que nos digan reincidentes
y nos prendan y condenen
a las penas del averno."
Se hermanarán nuestros espíritus,
se fusionarán nuestros cuerpos
hasta conformar un solo cuerpo,
y como por arte de ensalmo
veremos obrarse el milagro
de congelarse el momento.



© María José Rubiera Álvarez









¿Hace cuánto...?

¿ Hace cuánto tiempo, amado,
que no te acojo en mi seno
y miel sobre hojuelas mis labios
no endulzan tus parleros labios...?,
¿cuánto, mi encantador de ofidios,
que esta aprendiz de Xana
no enarbola su varita mágica
y te somete a su hechizo...?
¿Hace cuántos días, vida,
que no te digo: "te adoro"...?,
¿ cuántos que no te ofrendo la oblea
que guardo como un tesoro...?
Lo cierto es que he perdido la cuenta:
A lomos de volátil soplo
raudos cabalgan los días,
jinetes consumados
apresurados recorren espacios,
cruzan líneas fronterizas
y en un santiamén los perdemos de vista.
Las semanas,
los meses,
los años
a la sima temporal se precipitan
y todo se revierte nada,
todo se cristaliza...

© María José Rubiera Álvarez









Si hubiera sido...

Si en vez de ser lo que soy
hubiera sido golondrina,
¿ qué océano surcaría hoy...?,
¿migraría a la marisma
donde, en contraposición
a este círculo vicioso
en que todo se dice y contradice
y todo queda sin explicación,
docta la Naturaleza
se expresa a la perfección...?
Si incipiente manantial
el alma mía,
¿en qué cumbre brotaría...?,
¿manaría sin cesar
o debido a la sequía
dejaría de manar...?


Si el árbol de los druidas,
¿me agradaría ser el tótem
de gnomos, elfos, dríadas
 y demás moradores del bosque,
o me agobiaría saberme deidad...?

¿consentiría en que el aire
empañara con su aliento
el jade de mi ramaje
o regañaría al silfo
por tamaño atrevimiento...? 
 Al espíritu que me habitase,
¿le sería dado vaticinar
 el futuro de la humanidad...?
Si en vez de ser lo que soy
hubiera sido un sueño,
¿con quién de buen grado soñaría
y con quién no querría soñar...?

© María José Rubiera Álvarez


Nunca... Y siempre

No me pidas que te relegue al olvido
cuando extinguida la mecha
que ilumina tu candela
de mi vera te hayas ido,
que dé fin a la promesa
de fidelidad eterna
y continúe viviendo
como si nada hubiera sucedido.
Tan penoso se me hará
transitar la vida a solas,
a solas... 

con la congoja
procurada por tu ausencia...
Noche tras noche,
                                                                  sola... siempre sola
hollaré la áspera arena
de la soledad perpetua.
Sola... siempre sola
deambularé la vivienda,
presintiendo tu presencia
en cada estancia recorrida.
Te evocaré a todas horas:
el murmullo de la brisa
y las susurrantes rosas
me recordarán tu argentina risa.
La luz del atardecer,
pausada en la floreciente morera,
me traerá reminiscencias
de aquella... primera vez,
en que me amaste y te amé:
el astro solar decaía
tras el ondulado otero,
y tú, yo... Nosotros...

© María José Rubiera Álvarez







Nacidos para morir

Hoy, dando rienda suelta
al cúmulo de sentimientos
que bullen en nuestro interior,
más que en ningún otro momento
trémulo el corazón,
húmedas de emoción las pupilas,
los labios pletóricos de besos,
arreboladas las mejillas...,
dándole vía libre al amor
uno al otro nos entregaremos
en cuerpo, alma, mente y pensamiento.
Y digo hoy, porque mañana
– ¡cuán lejano suena el vocablo!–,
mañana... quizá sea demasiado tarde:
viajeros de paso en la Tierra,
algún día partiremos
para nunca regresar... ¿o sí?
¿Morimos para renacer
una y otra vez, sin descanso ni fin...?
¿Adscritos los egos
al círculo de la vida y la muerte
rondan los mausoleos
en que yacen los descarnados huesos
de aquellos finados que alentaron
su desmedido egoísmo...?
¿Nos será posible algún día
dilucidar el enigma de la vida...?
Sea cual sea la respuesta,
nacidos para morir
no queda sino asumir
que somos hoy,
y mañana no seremos.

© María José Rubiera Álvarez




Allende el silencio...

"No te conviene, querida...",
me dijeron hace tiempo,
y aún me lo siguen diciendo
cuando huidos de ultratumba
se me aparecen en sueños...
En la oscuridad retumba,
cual mazo golpeando el hierro,
la tediosa letanía
que a fuer de ser recurrente
se va haciendo harto cansina:
"Recuerda: no te conviene..."
¡Qué atrevimiento el de ellos!
Pero, cómo podrían saber
que entregarse al ser amado
es trascender la divinidad del ser
si nunca amaron ni amados fueron...
Lástima siento por ellos,
porque negado les fue beber
del manantial del Amor,
y tan sedientos murieron...
"Recuerda: no te conviene...",
insisten, importunando
mi placentero descanso.
Si al menos pudieran comprender
que amarnos ha sido..., es
el más preciado regalo
que la vida nos ha otorgado...
Pero cómo podrían comprenderlo
si a lo largo de su existencia vana
y hasta finalizar su último verano
no hicieron sino cercenar
la urdimbre de la esperanza...
Lástima siento por ellos,
porque tan solos y transidos se hallan
allá, allende el silencio...



© María José Rubiera Álvarez








El pensil de las Xanas

En un paraje de cuento,
sito en mitad de esa Nada
en que las péndolas huelgan
y amantísimos se estrechan
el espacio y la distancia...
Fiel a su cita anual
con narcisos, anémonas
y demás florecillas silvestres
la hechicera Primavera,
macilenta... deprimida,
las pestañas empapadas
por la pertinaz llovizna,
aturdida se desprende
de su sopor invernal...
Y presa aún del letargo,
todavía amodorrada:
"¿Dónde estoy? ¿Dónde me hallo...?",
le pregunta azorada
a una bisoña avecilla
que se acuna en una rama.
Y el surtidor que ameniza
con su armoniosa cantata
el estanque de las carpas:
"En el pensil de las Xanas..."



© María José Rubiera Álvarez

Crisantemos para Ana

Víspera de Todos los Santos...

El lastimero tañido
de la campana de la ermita
que linda con el Camposanto,
me hace evocar un nombre: Ana.
Ana, una señora valiente
que, sin ella pretenderlo,
con tinta indeleble
plasmaría en mi cuaderno
–casi en blanco, por aquel entonces–
retazos de una vil historia
que siempre, al parecer,
permanecerá en mi memoria...

Los estrechos de miras
le decían Anita... "La chiflada",
y riéndose a mandíbula batiente,
coreando al unísono el alias,
a costa de ella se divertían,
de la infeliz se mofaban.
                                                                     Chiflada...
por adelantarse a los tiempos
en que le había tocado vivir,
porque elevando el tono de voz
–más allá de lo permitido
en aquella época oscurantista–
reivindicaba alto y claro
el derecho a ser respetada
como mujer... como persona.
                                                                   Chiflada...
por pretender evadirse
de la letal telaraña
en la que había sido atrapada,
donde cada día se sentía morir.
                                                                   Chiflada...
por desear volar... volar... volar...
y pizpireta mariposa
que vuela en libertad
libar el néctar de las rosas,
la sustancia de la vida.

En vísperas de Todos los Santos,
crisantemos para Ana,
y una fervorosa plegaria,
formulada en silencio.
                                                                       En silencio...
para no despertarla
de su sempiterno sueño,
para evitarle el espanto
de oír la algarada humana
retumbando en los osarios...
   
D. E. P.


© María José Rubiera Álvarez



Moviola

Gélida,
inicua... como tu mirada,
se auguraba la mañana
cuando sin propósito de enmienda
te personaste en la casa.
La polvorienta maleta
que tu mano desalmada
con desidia aferraba,
delataba las miserias
de tus innobles andanzas.
Sí, reapareciste en su vida,
y defenestrando los gozos
que en el corazón palpitan
odiarás los glaucos ojos
que acongojados vomitan
un aluvión de sollozos.
Minarás sus pensamientos,
hostigarás su memoria
movilizando recuerdos
enquistados en sus sueños...
Si bien te valdrá de nada
la envejecida moviola,
proyectarás fotogramas
de matices obsoletos
y pátina desgastada...
Pero eso ya lo sabes, ¿cierto...?,
así como también sabes
que rebobinar la película
no le confiere carácter de estreno:
nunca adquiere cualidad de flamante
aquello que se hizo viejo.

© María José Rubiera Álvarez