Nunca sabrás, amor mío,
que al rayar la alborada,
cuando el lucero invicto
fulge cual ardiente ascua
en el espúreo cielo,
ornada de añil la albada
en alondra me convierto:
Alondra enamorada,
que apostada en tu lecho,
dotando de transparencia
las fuliginosas alas
violenta tu fortaleza.
Nunca sabrás, amor mío,
que atrapada tu consciencia
en el predio del vacío,
sujeta al albur tu alma,
extremando el sigilo
en tu santuario me adentro
y con el alma en vilo
transito tus labios grana,
me acomodo en tu seno.
En pleno apogeo el alba,
la alondra que en mí habita
se escapa por la ventana;
porque no puede ni quiere
permanecer enjaulada:
En cautividad se muere,
aun siendo áurea la jaula.
© María José Rubiera Álvarez